Thursday, March 24, 2011

Cultura y Politica y sus relaciones

En el escenario democrático chileno de la transición de la dictadura a la democracia la renovación cultural se vio afectada ante las necesidades prioritarias de la sociedad que dejaban a la cultura relegada a un espacio irrelevante y supeditado a algún excedente en los planes oficiales. La política se protege de la ambigüedad de los signos con que juegan las metáforas culturales, convirtiendo a la cultura en un producto a administrar, es decir, burocratizándolo mediante sus aparatos de control.
Richards cuestiona el esquema mecanicista de la relación tradicional entre cultura y política donde  a la primera se le otorga una correspondencia lineal, un papel suplementario expresivo de la segunda.  La cultura, para ella, no ilustra las tensiones sociales como si estas fueran un referente pre constituido.  Mas bien, desmontan y reformulan tensiones y antagonismos a través de lenguajes(o signos) que intervienen en la discursividad social y que burlan el afán totalizante de la ideología dominante.
La normalización(o democratización) de las prácticas culturales censuradas durante la dictadura,
 desdramatizó el sentido de las relaciones cultura-política marcadas dentro de una dialéctica del
enfrentamiento hasta entonces y obligo a los artistas a adoptar nuevas tácticas de critica institucional
contra un sistema que pasó de represivo a dialogante.  La concepción del intelectual de Gramsci
– representante de la hegemonía-  paso a ser rediscutida por un nuevo modelo de intelectual –el de
Foucault-; uno cuyas prácticas de resistencia a las jerarquías del sistema son locales.

La política de democratización cultural que tiene como objetivo la redistribución de los bienes
culturales, el acceso de las masas a esos bienes es criticado por Richards para quien tal política falla en
dar acceso a la participación creativa en el trabajo de elaboración de “los registros de arte y cultura
socialmente activos”. Es decir, no se promueve la multiplicidad de lecturas, la diversidad de puntos de
vista que modulen comprensiones variadas y variables de la realidad social. La manera en que para la
autora se puede llegar a esa confrontación de interpretaciones es mediante el debate critico que
reflexione y polemice en torno a los discursos y la producción de mensajes artísticos. Códigos que deben
ser reevaluados desde el punto de vista de lo que incluyen y excluyen (93).

La queja central de este apartado, relacionado a la cultura y la política y su tormentosa relación, es que
la escena pública chilena no piensa la cultura como un proyecto intelectual ni como un debate de ideas
sino que se le niega (a la cultura)  la misma densidad de significados que poseen las tribunas
publicas(radio, televisión, por ejemplo): “No hay en Chile una filosofía cultural que ponga a los
creadores y sus obras en un plano tan relevante de la vida pública como el que ocupan empresarios,
banqueros, políticos y futbolistas”. Nada más cierto desde un punto de vista personal, no solamente en
la esfera pública chilena pues esta es una realidad en Latino América. No es que el artista haya perdido
relevancia en la esfera pública de la vida nacional, es que nunca la ha ganado.  

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